lunes, 9 de octubre de 2017

¡Por fin puedo jugar a Super NES!


Como diría Adam F. Goldberg, corría el año ochenta y algo cuando llegó por navidad una consola por primera vez a casa, sustituyendo al teclado conectado a la tele con el que pasaba algunos ratos a la semana jugando, principalmente enganchada al Snake it! (sí, tan pequeñita y ya estaba enganchada a los videojuegos, empezando por aquellos que venían en cinta de cassette, ¡qué tiempos aquellos!). Cambiamos las cintas de cassette por aquello que se hacía llamar "cartuchos", mucho más grandes que sus predecesores, y desde entonces esos pequeños ratos se convirtieron en largos periodos delante del televisor, ya que juegos tan llamativos como Super Mario Bros, Bubble Bobble, Dr. Mario, Donkey Kong, La familia Adams, The Simpsons, Duck Hunt, Los Goonies, Tetris, y un largo etcétera hacían que no quisiera soltar ese mando rectangular que ya se ha convertido en un icono en el mundo de los videojuegos.

Tal era mi fijación con la consola que tuvieron que "castigarme" sin ella de lunes a viernes, de manera que, como cualquier niño de la época, deseaba que llegase el viernes, no sólo por descansar de madrugones para ir al colegio los fines de semana, sino porque las tardes de los viernes eran para ir al videoclub, mi padre para alquilar una película y yo para alquilar un videojuego, así que todos los viernes me llevaba conmigo un juego nuevo a casa. Los deberes debían esperar a la noche porque las mañanas de los sábados y los domingos eran para echarle horas a ese juego alquilado, ya que las tardes eran para visitar a los abuelos. Era entonces, los fines de semana, cuando no tenían ningún problema en madrugar con tal de poder jugar el mayor número de horas posibles a ese nuevo videojuego. Ahora de adulta me doy cuenta de que, para tener tan sólo cuatro o cinco años, estaba demasiado enganchada a los videojuegos, y ahora entiendo por qué mis padres siempre se negaron a comprar cualquier otra consola.

Cuando anunciaron la salida de la Gameboy me enamoré de esa consola portátil, pues podría seguir jugando también los fines de semana por las tardes mientras estaba en casa de los abuelos, quizá alguna noche entre semana tumbada en mi cama sin que mis padres se enterasen... Pero no, nunca llegó esa maquinita. Tenía que conformarme con ver a mis amigos presumiendo de consola, incluso llevándosela al colegio, y dejándome a mí con los dientes largos. Ni siquiera la Gameboy Color llegó a mis manos.


Luego llegó la Sega Mega Drive, que se la regalaron a mi primo, ya que yo tenía la NES y así podíamos complementarnos, probando unos y otros juegos. Fue en su casa donde pude probar juegos como Sonic the Hedgehog, El rey león, Prince of Persia, Street Fighter, etcétera. Y de nuevo salió otra consola: la Super Nintendo (o Super NES), la cual dejaba un poco apartada a su predecesora, ya que cambiaba de generación y ofrecía un catálogo de videojuegos que yo quería probar y echarles horas. Me pillaba en pleno año de catequesis y comuniones, y nada, ni para la comunión llegó. ¿Mi primo o mis amigos? Ya tenían la Sega Mega Drive, y por aquellos tiempos era raro tener más de una consola; si acaso, la Gameboy, pero nada más. Parecía que mis padres hubieran hecho un complot para que jamás pudiera jugar a la Super Nintendo o directamente a ninguna otra consola.

Cuando dejaron de sacar juegos para la NES, y puesto que los cuatro o cinco que tenía propios en casa ya estaban más que jugados y rejugados, me tuve que conformar con algunos juegos sueltos para PC, como Hércules, Fifa, y algunos otros de los que ya no recuerdo el nombre, o a veces quedar con amigos en recreativas y gastar unas monedas; ni siquiera llegué a tener la PlayStation, esa grandiosa consola, ni por cumpleaños o navidades cayó en mis manos. Definitivamente mis progenitores no querían verme enganchada a ninguna consola, a pesar de sacar notazas tanto en el colegio como en el instituto. Fue sólo cuando entré en la universidad y trabajé que me emancipé, y lo primero que compré para la casa no fue un jarrón decorativo o unas cortinas, no, fue una PlayStation 2, con el Fifa para mi Mago Blanco y el Final Fantasy X para mí.

Han pasado los años y ahora Nintendo ha decidido devolver nuestra infancia a los de nuestra generación sacando de nuevo sus consolas en formato mini. Para mí fue una delicia poder volver a jugar a la NES Classic, juegos que me marcaron desde muy pequeña. Pero ahora, con el lanzamiento de la Super NES Mini, por fin tengo la oportunidad de jugar a esta consola, aunque me tenga que conformar con los 21 juegos que lleva preinstalados, pero me da igual, estoy encantada con esta compra, y mi Mago Blanco igual, que también llevó tiempo pidiéndola y tampoco llegó, teniendo que conformarse con ir a casa de los amigotes para jugar a su querido Street Fighter II (para eso están los amigos, ¿no?). 

Yo estoy muy contenta con esta consola, vuelvo a tener 8-10 años. Espero que todo aquel que quisiera tener su ejemplar haya conseguido adquirirla, ya que las unidades que han salido son escasas.

Os dejo un vídeo con el unboxing que hemos realizado mi Mago Blanco y yo, así como un pequeño gameplay de Super Mario Kart para probar la Super NES Classic mini. ¿Quién ganó la carrera: mi Mago Blanco, yo, o ninguno de los dos? Para descubrirlo pinchad aquí.

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